Crecí en un mundo donde se conocían dos clases de personas: Las buenas y las malas.
Pero era una mentira.
También existen los dioses y monstruos.
En esta tierra me tocó ser un ángel.
Pero no vivo en ningún paraíso, más bien en un jardín del mal donde nadie se hace adicto a algo que no destruya.
Viviendo así nunca me he sentido tan destruida o poderosa, porque siempre hago lo que quiero, cuando quiero y con quien quiero.
Luciendo como una reina del mal, ellos tienen esa medicina que necesito:
Música, licor, sexo, fama, dinero ¿Amor?
Mi dios pone sus besos donde los necesito y el monstruo las balas en el corazón que quiera.
Dios y yo ya no nos llevamos bien, así que ahora bailo.
Al final nadie se llevará mi alma, aunque mi inocencia esté perdida.
¿Y si la vida es una enfermedad que se cura con la muerte?
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