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martes, abril 10, 2018

Trilogía Rosista

1. Sangre y deseo

“Encarnación intentó detener un suspiro pero no fue posible. Sin decir adiós, Juan Manuel se perdió en la calle. 

La joven cerró la puerta, entornó los ojos y revivió la escena una y otra vez." 

Impetuoso, apuesto, rico, Juan Manuel de Rosas ha pasado de niño mimado a candidato codiciado por las más bellas jóvenes de la alta sociedad porteña. 

Doña Agustina, su madre, tiene grandes expectativas para ese hijo dilecto pero en ninguno de sus planes figura la idea de casarlo con Encarnación Ezcurra. 

Pese a su juventud y su inexperiencia, Encarnación sabe que la pasión que la une a Juan Manuel es indestructible y no escatimará recursos y estratagemas para unirse a él. 

Las dos mujeres, de carácter fuerte y voluntad de hierro, lucharán sordamente por la posesión de ese hombre, que poco a poco se perfila como una figura decisiva de la vida política de la incipiente nación. 

A las tensiones de una vida familiar en jaque permanente se suma la agitación que sacude el territorio, atrapado en una espiral de violencia y sangre.

2. Lujuria y poder

“Fatigado, recostó la cabeza en las faldas de su hija. Así permanecieron un rato, mientras ella peinaba la pelambre de su padre con los dedos y él se perdía en la ensoñación.”

Tras la muerte de Encarnación Ezcurra, Juan Manuel de Rosas sólo encuentra desolación a su alrededor. Sin su mujer, el Gobernador de Buenos Aires parece debilitado y la única que logra calmar su pena es Manuelita, su hija dilecta. Padre e hija forman una unidad indestructible.

El dolor no evita que el viudo deposite sus ansias varoniles en diversas damas. 

La favorita es Eugenia Castro, la misma que había cuidado a Doña Encarnación en sus últimas horas. 

Sin embargo, los escarceos amorosos no logran distraerlo de los asuntos del poder. Buenos Aires sufre bloqueos y el asedio constante de enemigos internos y externos. 

Hasta la llegada de Justo José de Urquiza, el caudillo entrerriano que urde un plan para derrocar al Restaurador de las Leyes. 

Mientras tanto, en el caserón de Palermo se celebra de fiesta en fiesta. 

Centro de todas las miradas y adulaciones, Manuelita hace oídos sordos a los requerimientos sentimentales que recibe para dedicarse en cuerpo y alma a las necesidades de su amado padre.

3. La hora del destierro

“Manuelita no se apartó del lado de su padre. 

Una angustia constante torcía su rostro, pero eso no impedía su sentido del deber hacia ese hombre que, hasta hacía unas horas, había manejado los destinos de aquel país que abandonarían de un momento a otro.”

La derrota en la batalla de Caseros obligó a los Rosas a escapar. El Restaurador de las Leyes se convertía así en el Tirano y el poder cambiaba dramáticamente de manos. 

Juan Manuel, su hija Manuelita y unos pocos más zarparon rumbo al destierro con promesas de una existencia a salvo. 

Sin embargo, las secuelas de su partida hacían estragos en Buenos Aires. 

Mientras ellos rehacían su vida en Southampton, el séquito de mujeres abandonadas en la ciudad sitiada inventaba estrategias para sobrevivir: Eugenia Castro y su prole, en la indigencia más absoluta; Juanita Sosa, sumida en la demencia, y Marcelina Alén, marcada por un embarazo de dudoso origen. 

El farmer y su hija, casada con Máximo Terrero a pesar de la oposición furiosa de su padre, pasaban sus días en tierra inglesa entre visitas prestigiosas y una nueva rutina familiar. 

Alejado del poder y envejecido, Rosas ya no libraba otra batalla que la recuperación de sus bienes materiales, confiscados por los unitarios...