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jueves, marzo 28, 2019

La mujer trofeo


Él compró una esposa. 

Ella compró una vida de lujos.

Él desea poseerla a toda costa. Ella no puede verlo ni en pintura… literalmente.

Javier Vázquez es un millonario arrogante, como todos los futbolistas retirados que no saben qué hacer con su dinero. A día de hoy tiene una mansión de ensueño en una urbanización de lujo, más ceros en su cuenta corriente de los que puede derrochar, y aunque en su móvil tiene una bochornosa cantidad fotos explícitas de diversas mujeres, ha comprado a una esposa. Belén.

Belén:
Algunas amigas dicen que he vendido mi alma al diablo, pero, ¿qué hubieras hecho en mi lugar? He trabajado en supermercados, tiendas de ropa, restaurantes y otros empleos basura de los que no quiero ni hablar. Y todo porque nadie me explicó que eso de ir a la universidad y graduarse como psicóloga era una idea brillante… si quieres morirte de hambre porque no hay trabajo.

Así que, sí. Cuando, como el más pésimo de los clichés, un tío bueno se me acerca en una discoteca y me doy una alegría - para variar -, lo último que hago cuando me entero de que ha metido no-sé-qué gol de final-de-la-champions-league es rechazarlo. No cuando me ofrece un anillo con una piedra más grande que mis ojos, una mansión que quita el hipo y, sí, una vida de ensueño.

Bueno, todo lo de ensueño que puede ser una vida donde, conforme entras por los portones de tu casa, además de “la sirvienta” te encuentras con un cuadro de él pateando un balón. En serio, Javier Vázquez es el hombre más narcisista, vanidoso y creído que conozco. Pero no me extraña teniendo en cuenta que es más rico que el presidente del gobierno. Creo.

Sí, somos tal para cual. La pareja perfecta. Él sigue acostándose con quien quiere, y yo a cambio puedo dedicarme a tomar martinis en la piscina. Que le jodan a él, al mundo, y a su gigantesco… ego.

Javier:
La idea era muy buena, no me entiendas mal. Yo me agenciaba una esposa con un cuerpo escultural, y a cambio los medios de televisión dejaban de prestar tanta atención a con quien me acostaba o dejaba de acostar. No sólo ganaba una tapadera para mis amantes, sino una mujer 10 en mi cama cada noche que quisiera. Ese era el plan.

La lástima fue no haber firmado ningún contrato diciendo que tenía que acostarse conmigo. Se me quedó una cara de tonto preciosa cuando me dijo que no tenía pensado tener sexo conmigo, pero que la dejase tomar martinis y sonreír ante la prensa o se plantaba en televisión a contar todos mis trapos sucios.

Pero no va a quedar así, por supuesto. Belén no tiene ni idea de con quien está tratando. Si tengo que salir desnudo mientras toma el sol, lo haré. No puede ser de piedra. Le caiga mejor o peor, es imposible que sea la única mujer del universo que no se rinde ante un cuerpo definido con abdominales para rallar queso y sexo de lujo, tanto por la calidad como por el ambiente.

Esa chica va a saber que Javier Vázquez, a la hora de la verdad, siempre la mete.

Advertencia: Una novela romántica con fuertes dosis de erótica explícita y un toque de humor. No pide perdón por decir las cosas sin pelos en la lengua, por elevar la temperatura de la habitación ni por suponer una irreverencia maleducada al convencionalismo social. Recordamos que la novela empieza con un matrimonio de conveniencia y puñales en la espalda.