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jueves, agosto 11, 2016

Goleada


Esa fue mi reacción cuando vi a Daniel abrirme la puerta de su mansión. 

Un futbolista de élite con una pierna fuera de servicio, y todo por un accidente de tráfico a manos de un borracho sin cerebro. 

Cuando él iba andando.

Su músculo, altura y educación palidecían al ver sus ojos azules. Esos abdominales para rallar pan, la pista de fútbol privada o incluso su conversación formal sobre si había llegado bien. 

Nada importaba, pero la sola idea de decírselo hacía que me muriese de vergüenza.

Yo quería un hijo suyo con esos ojos. 

Dentro de unos años, claro. 

Pero yo en aquel momento “sólo” era una mujer que se ganaba la vida haciendo de fisioterapeuta y masajista para hombres tan ricos como desnudos.

Y Daniel en concreto parecía más humano que ningún otro hombre rico  desnudo o no. 

Quizás por lo vulnerable que se sentía al cojear cuando había ganado su fortuna dando patadas a un balón, o quizás porque el accidente le había hecho valorar las cosas importantes de verdad en la vida.