Ana, la clásica "niña pija" española, hija única de un matrimonio "bien", con alto prestigio en la falsa y cínica sociedad que les rodea y la economía bien saneada, tenían para ella otros planes vida, esperaban una hija clónica a las de sus amistades: con una carrera estéril, esposa y madre de algún madurito solvente, pero Ana, rebelde por naturaleza, rompió los cánones y se instalo en el magnífico adosado que sus padres le regalaron y trataba de ser independiente económicamente, aunque por más que lo intentaba, pocas veces lo conseguía.
A sus treinta años, no había conseguido ninguna meta importante, era una simple trabajadora y eso daba lugar al continuo tambor de reproches por parte de su madre, que siempre le repetía el mismo padre nuestro y constantemente acababan como el rosario de la aurora, esa frustrante relación cada día las distanciaba más y más.
La relación con su padre era todo lo contrario, para él, Ana era el ser maravilloso que sus amigos conocían. Entre ellos existía una complicidad palpable, era tan buena, no existían reproches, se entendían a la perfección y la adoración era mutua. Sus padres eran polos opuestos al corazón de Ana.
Esa ausencia de cariño la compensaban sus amigos, se consideraba afortunada por tener aquella piña de amigos tan especiales que tenia, su adosado a orillas del mediterráneo era el centro neurálgico, todos y cada uno de ellos se sentían como en su propia casa, fueron aquellas paredes eran testigo mudo de lo que allí pasaba, de charlas, de reuniones alrededor de la mesa, de fiestas, de confidencias, por eso nunca se negaban a ayudar a su amiga, quien parecía tener por signo los apretones a final de mes.
La amistad entre ellos es tan fuerte y estable, que compartiendo vidas pasan de la juventud a la madurez, sin rencores ni dobleces, siendo cómplices de sus pasados, ni videntes de su futuro.