A Sadie Thompson la ingresa su madre en un internado de monjas a los tres años y allí la deja hasta los once, vacaciones incluidas.
Un día se presenta con un marido nuevo y la niña convive con ellos un curso.
A los dieciocho, en plena época de exámenes, su padrastro la requiere porque la madre está hospitalizada y alguien tiene que cuidar a los perros.
La madre muere, dejándole un apartamento y unos considerables ahorros que tenía en secreto, así como una talla de caoba de una Madonna.
Concluido el funeral, Sadie le roba un Mercedes a su padrastro y recoge en él a un joven autoestopista que lo primero que le dice es que no debería recoger autoestopistas; pero a ella le cae tan simpático que le regala el Mercedes.
Así empieza, a los diecinueve años, la nueva vida de Sadie… y no tardará en descubrir que la solidaridad femenina es callada y marginal, y que los hombres, nada callados y siempre centrales, no son sus amigos.
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