Ella era una mujer joven y hermosa.
No se merecía esa clase de vida.
El amor llamaba a su puerta.
Ya no podía seguir manteniendo el voto de castidad.
No deseaba mantenerlo. Más bien ansiaba infringirlo.
¡Ansiaba entregarse a sus brazos, abrasarse en el fuego de la pasión!
El joven sacerdote que le había robado el corazón se llamaba Harold.
Era tan joven como ella.
Y rabiosamente atractivo, con su aire romántico, sus profundos ojos azules, su cabello rubio, ensortijado, rebelde, que se resistía a ser peinado, y con ese arrebatador aire romántico que lo acompañaba allá adonde fuese, hiciera lo que hiciese.
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