jueves, marzo 28, 2019

Fuera de control


El Sexo de las Estrellas: 

Verás, mi nombre es Susana y hasta ayer era una simple estudiante de enfermería. Hoy, y por el resto del verano, soy una “groupie”. Por si el término no te suena, te lo explico; viajo con la caravana de un grupo de rock por todo Estados Unidos.

Eso implica, lógicamente, sexo, fiestas y rock&roll. Sí, es verdad, de vez en cuando te encuentras con que el batería se ha puesto hasta las cejas de “coca”, pero hasta ahí. 

Tengo suerte de que ni al conductor, ni al cantante, ni a mí, nos va eso. ¿Y porqué el cantante? Porque es el que pone la parte del sexo, claro. Verás, una característica de la “groupie” es que es fan del grupo. 

Y por supuesto, yo estoy colada hasta los huesos por el cantante, Axel. En un par de meses mi visado de residencia expira, así que me tocará volverme a España, pero hasta entonces tengo libertad para soltarme la melena, disfrutar de mi juventud y de hacer todas las locuras que toda joven tiene que hacer. Así que aquí estoy, abrazada a un cantante de fama internacional que cree en el amor libre y en los romances de verano, mientras su moto recorre el desierto de California rumbo a Los Ángeles. 

No, no tengo grandes pretensiones de futuro, pero el presente va a ser increíble. 

El Rompe-Olas: 

Era verano. Yo, Marta, estaba de vacaciones en Ibiza. Por quince días podía olvidarme de mi empleo mal pagado y darme un pequeño gusto. 15 días de paz, arena y olas. Y él. Había hecho el check-in en el hotel, me había tomado mi primer margarita y había decidido salir a tomar el sol. Lo siguiente que me encuentro es un hombre con un trasero de piedra, unos abdominales de acero y una sonrisa deslumbrante con una tabla de surf bajo el brazo. 

Arturo. Arturo encajaba perfectamente en el modelo de ejecutivo agresivo, solo porque no estaba en la oficina con su traje y corbata, sino en la playa. Lo único que quedaba de agresivo y ejecutivo en él era su porte de hombre confiado y su falta de vergüenza. 

En este caso, todo eso le sirvió para acercarse a mí y, en menos de dos minutos, invitarme a cenar. Por algún motivo, acepté. Bueno, por algún motivo, no, porque estaba más bueno que el pan, parecía tener una vida de lo más atractiva y desde luego el hombre sabía como retener la atención de una mujer. A la mañana siguiente ya no estaba en mi hotel de 3 estrellas, sino en un ático con vistas al océano. 

¿Próxima parada? Dar un paseo en barco con él. Lo que no esperaba fue que también me terminase sobrando la ropa en alta mar y, que, al final de ese día, me enterase de que, vacaciones aparte, ambos volveríamos a la misma ciudad, Madrid. Aún quedaban 14 días, pero, ¿tendría que acabar ahí? 

Ropa Interior Prescindible: 

Ahí estaba yo, una Madrileña montada en un viaje de placer a Ibiza. 

A liberar estrés del trabajo. Sol, agua, alcohol, sueño y fiesta. Y mi viaje empezó con Julio de compañero de vuelo. Un tío bueno que me sonríe, y al que 30 minutos después estoy repasándole los abdominales en el baño. Vergüenza extrema, como comprenderás. 

Pero una está de vacaciones. Cuando me tumbé en la cama del hotel mi consuelo era saber que había sido una locura pasajera. Todas tenemos una de tanto en cuando, ¿no? Julio seguiría su camino y yo el mío. 

Y la cara de la azafata, mi rostro despeinado y mi cara de guindilla quedarían en el pasado. Hasta que, en mala hora, bajo a la piscina del hotel en bikini y lo veo ponerse a tomar el sol en la tumbona de al lado. No sólo se alojaba en el mismo hotel que yo. Dormía en la habitación de al lado. Oh, Dios, mío.

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